En el marco del Día del Trabajador, recordamos 9 aspectos fundamentales que marcaron la evolución del trabajo en Paraguay. Desde los trabajos mejor remunerados a finales del siglo XIX hasta la lucha por la jornada laboral de 8 horas, pasando por las primeras industrias manufactureras y las huelgas emblemáticas, cada punto revela una parte esencial de la historia laboral del país.
Este recorrido histórico, realizado con datos extraídos del libro «Obreros, utopías & revoluciones» de la socióloga paraguaya Milda Rivarola, nos invita a reflexionar sobre el pasado laboral de Paraguay y a reconocer el legado de aquellos que lucharon por mejores condiciones laborales para todos.
Los oficios mejor remunerados
A finales del siglo XVIII, los trabajos mejor remunerados estaban en las manufacturas metal-mecánicas, posiblemente debido a la escasez de trabajadores cualificados en este campo. En segundo lugar, se encontraban los tipógrafos, seguidos por los trabajadores de la construcción, que experimentaron un auge en esa época y ofrecían altos salarios a los profesionales especializados.
En los niveles inferiores de la escala salarial se ubicaban los peones y jornaleros no cualificados, así como trabajadores de fábricas cercanas a Asunción, vendedoras de naranjas de Villeta y San Antonio, y personal doméstico. La práctica de incluir «casa y comida» como parte del salario en algunos oficios como caldereros, maquinistas y sastres, revela condiciones laborales peculiares, más asociadas a actividades domésticas y artesanales. Este tipo de contratación era común en trabajos menos cualificados en la capital y extendido entre los peones rurales.
La lucha por el descanso en domingos y feriados
Durante su primer año de actividad, la Sociedad de Empleados de Comercio se enfocó en la lucha por obtener la ley de descanso en domingos y feriados. Esto se logró a través de solicitudes a los empleadores, campañas periodísticas, principalmente en La Democracia, y presentación de proyectos de ley ante las Cámaras. Finalmente, el 6 de noviembre de 1902, Senadores y Diputados sancionaron la «Ley disponiendo la clausura de los establecimientos comerciales e industriales durante los días feriados», la cual fue promulgada por el Ejecutivo al día siguiente. Esta ley fue de gran importancia, ya que hasta entonces las únicas regulaciones laborales en el país eran las del Servicio Doméstico (1884) y una de Jubilaciones y Pensiones para funcionarios estatales de 1902, firmada por H. Carvallo.
La ley establecía el cierre de los establecimientos comerciales e industriales de la capital los domingos y feriados, mientras que en el campo debían cerrar al mediodía. Se exceptuaban de esta disposición hoteles, bodegones, boticas, confiterías, panaderías, fábricas de hielo, empresas de transporte, lugares de recreo, mercados públicos e industrias cuyos productos pudieran deteriorarse con la pérdida de tiempo. Las infracciones a esta normativa eran sancionadas con una multa de cien pesos fuertes, a distribuirse entre las Sociedades de Beneficencia, o con 15 días de arresto.
La huelga de los panaderos
El 28 de octubre de 1897, en una asamblea de oficiales panaderos, se elige una Comisión Directiva que decide enviar el que parece ser el primer pliego de condiciones a los propietarios de panaderías, otorgándoles un plazo de dos días para responder. Las demandas incluían que no fueran los oficiales panaderos que elaboraban el pan por las noches los encargados del reparto a domicilio a la mañana siguiente, mejoras en la alimentación «proveyendo del vino correspondiente» y aumentos salariales.
La última de las reivindicaciones buscaba regular el régimen de trabajo en las panaderías: las cuadrillas estarían compuestas por cinco panaderos, quienes no serían obligados a realizar más de tres hornadas por día, estableciéndose en 3 pesos fuertes el pago de cada hornada extraordinaria. Los salarios eran también pagados «al tanto» en este gremio, e incluían alimentación de los oficiales en los lugares de trabajo. Además, existía una notoria indiferenciación de tareas, ya que los panaderos también actuaban como distribuidores del producto fabricado a los clientes.
Como los propietarios de panaderías no respondieron en el plazo establecido al complejo petitorio, 160 huelguistas dejaron Asunción sin pan ni galletas a partir del 12 de octubre. Los antecedentes radicales del gremio en huelga, la magnitud del servicio afectado por la misma, la prolongación del paro durante una semana y, quizás, la amplitud de sus reivindicaciones dio lugar a una represión sin precedentes.
La alimentación del obrero
La mayoría de la población se alimentaba principalmente de carne fresca, mandioca, maíz, pan de harina o de mandioca, arroz, naranjas y otras frutas locales, con algunos pocos vegetales; el consumo de alimentos y bebidas importadas estaba reservado para una pequeña minoría urbana y los extranjeros residentes.
De hecho, los hábitos alimenticios en las áreas urbanas no diferían mucho de los de los obreros y trabajadores rurales. Las caravanas de provisiones de los trabajadores yerbateros estaban compuestas por grasa, porotos, maíz, almidón, “typyraty”, tabaco, azúcar sin refinar, charque y ganado en pie. La llegada, aunque más tardía, de aserraderos en lugares como Caaguazú, trajo cambios en la dieta de los obreros de la región, donde la harina de trigo, fideos, galletas, arroz, azúcar y grasa “frigorífica” posteriormente reemplazaron a los alimentos producidos por los campesinos de esa zona.
La petición de los peluqueros
Una solicitud dirigida a los empleadores es nuevamente el enfoque adoptado por los oficiales peluqueros de la capital en los primeros días de abril de 1898. Solicitaban la reducción de la jornada laboral a 12 horas en verano y 10.30 horas en invierno, con descanso los domingos al mediodía y los días festivos a las 18.00 horas, además de un aumento salarial. La disparidad en las condiciones laborales entre los diversos gremios era evidente: mientras los albañiles vislumbraban la posibilidad de establecer jornadas de 8 horas de trabajo, los peluqueros reclamaban 12 horas de jornada laboral. La negativa de tres importantes peluquerías a aceptar esta demanda prolongó el conflicto por varios días más, limitándolo a los oficiales cuyos empleadores se negaron a aceptar la solicitud.
La primera celebración del Día del Trabajador
Después del intento fallido de convocatoria del Manifiesto de los Hijos del Chaco en 1892, hay un registro bastante tardío que menciona que el 1 de mayo de 1902, los obreros de los talleres del ferrocarril de Sapucai en Paraguay celebraron por primera vez esa fecha, dieciséis años después de que el 1 de mayo empezara a ser conmemorado en las capitales europeas y americanas.
El primer número del periódico de la Federación, «El Despertar», salió el 1 de mayo de 1906, y varios de sus artículos estaban dedicados a narrar los orígenes de la fecha, asociando la celebración con la demanda de la jornada laboral de 8 horas. «Hemos acordado que, a partir del 1 de mayo de 1906, solo trabajaremos ocho horas al día, sin aceptar, por supuesto, una reducción salarial».
Las primeras industrias manufactureras
Las primeras industrias manufactureras en Paraguay abarcaron una variedad de sectores, incluyendo la manufactura de cigarros, la construcción naval, la herrería, la producción de ladrillos, la fabricación de carretas, los ingenios de azúcar, las destilerías, las cervecerías, la fabricación de hielo y aguas gaseosas, la curtiembre, las refinerías de aceite, la imprenta, la litografía y la ebanistería. Además, se establecieron industrias de mayor escala, como la fabricación de fósforos, velas, jabón y pastas alimenticias.
El astillero de A. Scala construía embarcaciones de hasta 520 toneladas, mientras que un molino a vapor producía diariamente 150 a 160 sacos de harina de 90 kilogramos. Otras empresas destacadas incluían la Sociedad Industrial Paraguaya, que poseía grandes extensiones de montes de yerba mate y varios molinos en Asunción, Corrientes y Buenos Aires, así como explotaciones de madera, aserraderos, fábricas de extracto de quebracho y saladeros establecidos en el Río Paraguay y el Alto Paraná, junto con un ingenio azucarero en el Río Tebicuary.
La anhelada jornada laboral de 8 horas
Según la tesis doctoral del sociólogo Ignacio González Bozzolasco, las luchas sindicales fueron fundamentales para que, en 1938, el entonces presidente Félix Paiva firmara el decreto presidencial que estableció oficialmente la jornada laboral de 8 horas. El Decreto Nº 3544, emitido el 6 de enero de 1938, fue el instrumento que llevó esta medida a todo el territorio nacional.
Aunque la jornada de trabajo de 8 horas se estableció por ley para todo el país en 1938, la Municipalidad de Asunción ya había adoptado esta medida en 1919, por iniciativa de Justo Pastor Benítez, quien más tarde se convertiría en una figura importante del «liberalismo social», según lo mencionado por David Velázquez en su informe «El desarrollo de la institucionalidad del trabajo, empleo y seguridad social en el Paraguay (1870-2013)», publicado por la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
Finalmente, esta disposición fue incluida en el primer Código del Trabajo de la historia de Paraguay, promulgado en el año 1961.
El trabajo indígena
Los Cainguás (guaraníes) se dedicaban a la cosecha y transporte de yerba mate, así como a trabajos en los obrajes de madera en la región oriental. En las estancias y fábricas de tanino en la ribera del Río Paraguay, y en los ingenios argentinos de azúcar en la del Pilcomayo, se empleaba a una gran cantidad de mano de obra indígena. Los ingenios pagaban a los jefes o caciques por cada indígena reclutado como obrero en su comunidad, descontando este dinero, los regalos adicionales y el salario de los traductores del total de sueldos pagados a cada peón indígena.
La mayoría de ellos realizaban tareas que requerían más fuerza que cualificación, como talar y aserrar troncos, transportar mistos en alzaprimas hacia las vías del ferrocarril, cortar leña para las maquinarias a vapor, estibar en los puertos de las compañías y cuidar del ganado. Sin embargo, algunos indígenas chaqueños, que además de su lengua nativa hablaban español, guaraní e incluso inglés, trabajaban en aserraderos y carpinterías, como albañiles, conductores de locomotoras, en el mantenimiento de postes eléctricos, guiando lanchas a motor o realizando tareas más especializadas en las fábricas.
Al conmemorar estos nueve puntos clave en la historia del trabajo de Paraguay, no solo recordamos los hitos significativos que marcaron la evolución laboral del país, sino que también honramos el legado de aquellos que lucharon por condiciones laborales más justas y equitativas. Estos eventos históricos nos invitan a reflexionar sobre los desafíos y logros del pasado, al tiempo que nos inspiran a continuar defendiendo los derechos laborales y la dignidad de todos los trabajadores en el presente y en el futuro de Paraguay.
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